Apuntes. La muerte del autor

 

Apuntes sobre el texto La muerte del autor de Roland Barthes

El texto contempla la destrucción del origen en favor del lugar neutro, oblicuo, donde lo que acontece es el ejercicio del símbolo, el comienzo de la escritura donde va a parar el sujeto. Nos cuenta como después de la edad media, el empirismo inglés y el racionalismo francés junto con la Reforma descubre el prestigio del individuo. Dado esto el Positivismo dota la máxima importancia al autor. El autor entrega de su carácter a la obra, sus gustos, sus pasiones, consecuencia de eso la crítica suele apuntar al autor como quien realiza una confidencia, generando una marca autorial, una autoridad capitalista sobre el texto.

Progresivamente se irá presentando un alejamiento de ese autor y el texto moderno interviene de la mano de autores como Mallarme suprimiendo al autor en beneficio del lenguaje, Valery sometiendo al autor a la duda o Proust haciendo de su vida una obra donde el autor nunca deja de escribir. A esto se suman las exploraciones del lenguaje que acontecería con el surrealismo y la lingüística moderna.

El lenguaje entonces dejará de pertenecer a un emisor, solamente la enunciación Aquí y ahora, performativo, forma verbal extraña (que se da exclusivamente en primera persona y presente) en la que la enunciación no tiene más contenido (más enunciado) que el acto por el cual ella misma se profiere. Es la mano alejada de toda voz.

La ausencia de una identidad también desmonta el origen. Sin ese origen, la escritura pierde su carácter de sentido último al que descifrar, en lugar de eso, “En la escritura múltiple, efectivamente, todo está por desenredar, pero nada por descifrar” En este sentido, configura una crítica a la Crítica, que con el Autor también había configurado el imperio positivista en torno al texto, el que intentaba cerrarlo, estamparlo con un significado último y bien seguro, bien portado. Al estar el texto entregado al desenredo, “el espacio de la escritura ha de recorrerse, no puede atravesarse; la escritura instaura sentido sin cesar, pero siempre acaba por evaporarlo” La escritura se rehúsa al sentido último.

¿Quién recoge esta multiplicidad de sentidos? Esa figura será el lector, quien entenderá los sentidos en su duplicidad irreductible. ¿Qué sería esa conciencia de antes, ese alguien? El lector sería ese alguien, “que mantiene reunidas en un mismo campo todas las huellas que constituyen el escrito” Ese alguien, recalca Barthes, sería el lector como destino, ya sin historia, ni biografía ni psicología, una suerte de testigo imaginario nuestro sujeto deseante, que completa la unidad del texto. El susurro del lenguaje contemplaría una muerte y nacimiento: “el nacimiento del lector se paga con la muerte del Autor”


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