Territorio semestre I 2021

Reproducción paisaje trabajo I 







 Fui hecho con agua, del deshielo de un volcán nevado. Recuerdo el brillo del volcán en las mañanas de colegio, en las tardes con el combo, el parche, la people; con la socia, con la parcerita, Bajo el volcán en el primer beso, en la primera noche de borracheras y satanismos. La ciudad es un ave emplumada agarrada a los filos de los andes con la fuerza de sus terribles garras de concreto,  de vez en cuando bate las alas  para ver caer a sus hijos. Algunos logran planear y mueren  lejos, los hay que mueren sentados en el desayuno o los que mueren de suicidio. 

Conservo las fotos de mi caída, tengo organizadas las chimeneas de los buses, los edificios y las calles que pasaron eternas frente a mí. Los himnos que dejé de cantar y los que aborrezco y una seguidilla larga de canciones que me llevan a experiencias pasadas hasta algunas de tinte familiar. Las  archivé como canciones “de mi tierra”. ¡Nada más lejano a la realidad! 

Provengo de una generación trabada, un piñón roto de una maquinaria sin forma. La gran mecánica inventada por los hombres que no tiene un sentido claro, que no tiene una finalidad establecida pero que se siente en sus ruidos y cuya estela de humo impide ver su totalidad. El martilleo constante produjo las esquelas de las que estoy hecho. Un poco de metal, un poco de madera, un poco de hombre. Mi corazón asfaltado de sangre de muchos caídos que me reúso a olvidar. El ruido es nuestro himno en medio de la inmundicia de sus armonías impuestas a plomo. 

Mi generación yace decapitada en algún rincón de la calle donde nací, en algún campo donde mataron a mis amigos. Saludo a los no muertos al término del día. Los fecundos, los adaptados que se desconocen entre rostros casi viejos, casi jóvenes y son esa expresión cansada de llegada al final del mes con las deudas pagas. 

¿Viste ese mundo de afuera? ¿Los campos rebosantes de belleza y las cordilleras franqueadas por delgadas carreteras pavimentadas mediocremente? Esos campos no son para vos. Cuesta mucho mantener los ojos abiertos bajo el sol y debes hacerte a la idea de que el agua no te pertenece. Soy un piñón herido mandado a reemplazo. Soy acero enriquecido de aguante, puedo sobrevivir pagando el agua a fin de mes y disfrutar el sol reflejado en los edificios de la calle. 

Mi piel tiene el color de la tierra oxidada que queda después del saqueo. Hago parte del saqueo. Mi madre nació de su madre que nació del saqueo que dejaron los bárbaros. No puedo mirar con respeto ningún ancestro porque ninguno dejó nada para quienes vinimos debajo de la máquina. Nadie les avisó o estaban henchidos de machismos hasta la saciedad. 

No soy negro afortunadamente ni indígena afortunadamente ni blanco afortunadamente, pero tampoco soy nada. Mi cuerpo tiene el color de un cardumen de pirañas en pleno ataque. Y me muevo no se cómo, con este bulto de cualidades casi perfectas con que fui dotado. Corro velozmente en la huida y aguanto la respiración como ninguno cuando caigo en el fondo. La salud es un edificio donde no quieres entrar, tras un largo proceso para aliviarte te darás cuenta que no llegarás a fin de mes para pagar el agua. Tengo la salud del negro y la liviandad del indígena y el corazón maligno del blanco y entonces lo que me hace diferente es mi oportunidad para ser mejor.

La máquina se entierra. Construimos hacia abajo. Viste caer a los afros a la condena de la pobreza pero les fue bien, quienes no tienen oportunidad en este largo entierro son los que más saben mantenerse con el sol en su rostro y los pies descalzos en la tierra fértil. Condenados al exterminio frente a todos nosotros que no hacemos más que una mueca de indignación pero seguimos cavando el agujero para recordarlos con dignidad. Seguimos pagando para su asesinato mientras hablamos bien de ellos, seguimos votando por el forajido y el racista mientras nos lamentamos del crimen. 

Y no puedes parar para pedir nada, si no cavas no comes en la máquina, si no pisas no llegas a fin de mes, si no humillas a alguien no pagas el agua.

No puedo decirte como es el monstruo pues la sociedad no le gustan los monstruos, no hay filtros para hacerlos ver bien en la nueva realidad. Hasta los asesinos salen bien en las fotos de portada de las revistas de alta sociedad, los pervertidos posan de benefactores y los ladrones tienen los discursos más bondadosos. Yo no, tengo el alma rota y el rostro árido de brillo. No soy viejo, nací envejecido. Me tomé en serio lo de darle buena cara a los problemas y me dejaron marcas irreversibles en la piel, mi sonrisa no disimula el desencanto y desafino en cada fiesta, mi respiración no disimula el enojo y se me confunden los suspiros de amor con la desazón de una persona más que se parece a mí. 

Se me confunde con odioso cuando hablo con lo que siento y se me señala de embustero cuando me atrevo a creer en la bondad de los sueños. Y entonces la máquina me regresa a ella. Si amo no llego a fin de mes, si sueño no pago el agua.

Soy desarraigado porque soy talentoso para serlo. Nunca sentí que pertenecía a otra cosa más que al asfalto.  Mis pies son cuchillas que rayan el metal de la máquina mientras caigo por su costado. 

Fui hecho con agua, del deshielo de un volcán nevado. Recuerdo el brillo del volcán en las mañanas de colegio, en las tardes con el combo, el parche, la people; con la socia, con la parcerita, Bajo el volcán en el primer beso, en la primera noche de borracheras y satanismos. La ciudad es un ave emplumada agarrada a los filos de los andes con la fuerza de sus terribles garras de concreto,  de vez en cuando bate las alas  para ver caer a sus hijos. Algunos logran planear y mueren  lejos, los hay que mueren sentados en el desayuno o los que mueren de suicidio. 

Conservo las fotos de mi caída, tengo organizadas las chimeneas de los buses, los edificios y las calles que pasaron eternas frente a mí. Los himnos que dejé de cantar y los que aborrezco y una seguidilla larga de canciones que me llevan a experiencias pasadas hasta algunas de tinte familiar. Las  archivé como canciones “de mi tierra”. ¡Nada más lejano a la realidad! 

Provengo de una generación trabada, un piñón roto de una maquinaria sin forma. La gran mecánica inventada por los hombres que no tiene un sentido claro, que no tiene una finalidad establecida pero que se siente en sus ruidos y cuya estela de humo impide ver su totalidad. El martilleo constante produjo las esquelas de las que estoy hecho. Un poco de metal, un poco de madera, un poco de hombre. Mi corazón asfaltado de sangre de muchos caídos que me reúso a olvidar. El ruido es nuestro himno en medio de la inmundicia de sus armonías impuestas a plomo. 

Mi generación yace decapitada en algún rincón de la calle donde nací, en algún campo donde mataron a mis amigos. Saludo a los no muertos al término del día. Los fecundos, los adaptados que se desconocen entre rostros casi viejos, casi jóvenes y son esa expresión cansada de llegada al final del mes con las deudas pagas. 

¿Viste ese mundo de afuera? ¿Los campos rebosantes de belleza y las cordilleras franqueadas por delgadas carreteras pavimentadas mediocremente? Esos campos no son para vos. Cuesta mucho mantener los ojos abiertos bajo el sol y debes hacerte a la idea de que el agua no te pertenece. Soy un piñón herido mandado a reemplazo. Soy acero enriquecido de aguante, puedo sobrevivir pagando el agua a fin de mes y disfrutar el sol reflejado en los edificios de la calle. 

Mi piel tiene el color de la tierra oxidada que queda después del saqueo. Hago parte del saqueo. Mi madre nació de su madre que nació del saqueo que dejaron los bárbaros. No puedo mirar con respeto ningún ancestro porque ninguno dejó nada para quienes vinimos debajo de la máquina. Nadie les avisó o estaban henchidos de machismos hasta la saciedad. 

No soy negro afortunadamente ni indígena afortunadamente ni blanco afortunadamente, pero tampoco soy nada. Mi cuerpo tiene el color de un cardumen de pirañas en pleno ataque. Y me muevo no se cómo, con este bulto de cualidades casi perfectas con que fui dotado. Corro velozmente en la huida y aguanto la respiración como ninguno cuando caigo en el fondo. La salud es un edificio donde no quieres entrar, tras un largo proceso para aliviarte te darás cuenta que no llegarás a fin de mes para pagar el agua. Tengo la salud del negro y la liviandad del indígena y el corazón maligno del blanco y entonces lo que me hace diferente es mi oportunidad para ser mejor.

La máquina se entierra. Construimos hacia abajo. Viste caer a los afros a la condena de la pobreza pero les fue bien, quienes no tienen oportunidad en este largo entierro son los que más saben mantenerse con el sol en su rostro y los pies descalzos en la tierra fértil. Condenados al exterminio frente a todos nosotros que no hacemos más que una mueca de indignación pero seguimos cavando el agujero para recordarlos con dignidad. Seguimos pagando para su asesinato mientras hablamos bien de ellos, seguimos votando por el forajido y el racista mientras nos lamentamos del crimen. 

Y no puedes parar para pedir nada, si no cavas no comes en la máquina, si no pisas no llegas a fin de mes, si no humillas a alguien no pagas el agua.

No puedo decirte como es el monstruo pues la sociedad no le gustan los monstruos, no hay filtros para hacerlos ver bien en la nueva realidad. Hasta los asesinos salen bien en las fotos de portada de las revistas de alta sociedad, los pervertidos posan de benefactores y los ladrones tienen los discursos más bondadosos. Yo no, tengo el alma rota y el rostro árido de brillo. No soy viejo, nací envejecido. Me tomé en serio lo de darle buena cara a los problemas y me dejaron marcas irreversibles en la piel, mi sonrisa no disimula el desencanto y desafino en cada fiesta, mi respiración no disimula el enojo y se me confunden los suspiros de amor con la desazón de una persona más que se parece a mí. 

Se me confunde con odioso cuando hablo con lo que siento y se me señala de embustero cuando me atrevo a creer en la bondad de los sueños. Y entonces la máquina me regresa a ella. Si amo no llego a fin de mes, si sueño no pago el agua.

Soy desarraigado porque soy talentoso para serlo. Nunca sentí que pertenecía a otra cosa más que al asfalto.  Mis pies son cuchillas que rayan el metal de la máquina mientras caigo por su costado. 

Fui hecho con agua, del deshielo de un volcán nevado. Recuerdo el brillo del volcán en las mañanas de colegio, en las tardes con el combo, el parche, la people; con la socia, con la parcerita, Bajo el volcán en el primer beso, en la primera noche de borracheras y satanismos. La ciudad es un ave emplumada agarrada a los filos de los andes con la fuerza de sus terribles garras de concreto,  de vez en cuando bate las alas  para ver caer a sus hijos. Algunos logran planear y mueren  lejos, los hay que mueren sentados en el desayuno o los que mueren de suicidio. 

Conservo las fotos de mi caída, tengo organizadas las chimeneas de los buses, los edificios y las calles que pasaron eternas frente a mí. Los himnos que dejé de cantar y los que aborrezco y una seguidilla larga de canciones que me llevan a experiencias pasadas hasta algunas de tinte familiar. Las  archivé como canciones “de mi tierra”. ¡Nada más lejano a la realidad! 

Provengo de una generación trabada, un piñón roto de una maquinaria sin forma. La gran mecánica inventada por los hombres que no tiene un sentido claro, que no tiene una finalidad establecida pero que se siente en sus ruidos y cuya estela de humo impide ver su totalidad. El martilleo constante produjo las esquelas de las que estoy hecho. Un poco de metal, un poco de madera, un poco de hombre. Mi corazón asfaltado de sangre de muchos caídos que me reúso a olvidar. El ruido es nuestro himno en medio de la inmundicia de sus armonías impuestas a plomo. 

Mi generación yace decapitada en algún rincón de la calle donde nací, en algún campo donde mataron a mis amigos. Saludo a los no muertos al término del día. Los fecundos, los adaptados que se desconocen entre rostros casi viejos, casi jóvenes y son esa expresión cansada de llegada al final del mes con las deudas pagas. 

¿Viste ese mundo de afuera? ¿Los campos rebosantes de belleza y las cordilleras franqueadas por delgadas carreteras pavimentadas mediocremente? Esos campos no son para vos. Cuesta mucho mantener los ojos abiertos bajo el sol y debes hacerte a la idea de que el agua no te pertenece. Soy un piñón herido mandado a reemplazo. Soy acero enriquecido de aguante, puedo sobrevivir pagando el agua a fin de mes y disfrutar el sol reflejado en los edificios de la calle. 

Mi piel tiene el color de la tierra oxidada que queda después del saqueo. Hago parte del saqueo. Mi madre nació de su madre que nació del saqueo que dejaron los bárbaros. No puedo mirar con respeto ningún ancestro porque ninguno dejó nada para quienes vinimos debajo de la máquina. Nadie les avisó o estaban henchidos de machismos hasta la saciedad. 

No soy negro afortunadamente ni indígena afortunadamente ni blanco afortunadamente, pero tampoco soy nada. Mi cuerpo tiene el color de un cardumen de pirañas en pleno ataque. Y me muevo no se cómo, con este bulto de cualidades casi perfectas con que fui dotado. Corro velozmente en la huida y aguanto la respiración como ninguno cuando caigo en el fondo. La salud es un edificio donde no quieres entrar, tras un largo proceso para aliviarte te darás cuenta que no llegarás a fin de mes para pagar el agua. Tengo la salud del negro y la liviandad del indígena y el corazón maligno del blanco y entonces lo que me hace diferente es mi oportunidad para ser mejor.

La máquina se entierra. Construimos hacia abajo. Viste caer a los afros a la condena de la pobreza pero les fue bien, quienes no tienen oportunidad en este largo entierro son los que más saben mantenerse con el sol en su rostro y los pies descalzos en la tierra fértil. Condenados al exterminio frente a todos nosotros que no hacemos más que una mueca de indignación pero seguimos cavando el agujero para recordarlos con dignidad. Seguimos pagando para su asesinato mientras hablamos bien de ellos, seguimos votando por el forajido y el racista mientras nos lamentamos del crimen. 

Y no puedes parar para pedir nada, si no cavas no comes en la máquina, si no pisas no llegas a fin de mes, si no humillas a alguien no pagas el agua.

No puedo decirte como es el monstruo pues la sociedad no le gustan los monstruos, no hay filtros para hacerlos ver bien en la nueva realidad. Hasta los asesinos salen bien en las fotos de portada de las revistas de alta sociedad, los pervertidos posan de benefactores y los ladrones tienen los discursos más bondadosos. Yo no, tengo el alma rota y el rostro árido de brillo. No soy viejo, nací envejecido. Me tomé en serio lo de darle buena cara a los problemas y me dejaron marcas irreversibles en la piel, mi sonrisa no disimula el desencanto y desafino en cada fiesta, mi respiración no disimula el enojo y se me confunden los suspiros de amor con la desazón de una persona más que se parece a mí. 

Se me confunde con odioso cuando hablo con lo que siento y se me señala de embustero cuando me atrevo a creer en la bondad de los sueños. Y entonces la máquina me regresa a ella. Si amo no llego a fin de mes, si sueño no pago el agua.

Soy desarraigado porque soy talentoso para serlo. Nunca sentí que pertenecía a otra cosa más que al asfalto.  Mis pies son cuchillas que rayan el metal de la máquina mientras caigo por su costado. 


Comentarios

Entradas populares de este blog

CHICOTEO II

CHICOTEO